domingo, 11 de agosto de 2013

Lógica de locos


Decía en otro post que algunos sitios tradicionalistas me parecen estar bajo una lógica de locos. Es fácil de percibir, pero difícil de definir qué es esto de una "lógica de locos". Los locos tienen en algunas épocas buena prensa, en el romanticismo era sinónimo de profundidad, y Nietzsche pone en boca de un loco uno de los fragmentos cumbre de su Zarathustra: la revelación de la muerte de Dios. Muchos siglos antes de ellos, ya Platón respetaba la "manía" como un estado proclive a la revelación divina, e incluso en muchas culturas la locura estuvo asociada a la manifestación viva de los dioses.
Locura y religión son parientes próximos, los dos someten al lenguaje a una torción extrema, al límite, digamos, por lo que la religión puede parecer a muchos "cosa de locos" y es a su vez terreno para que crezcan a su amparo, como hongos, locos de muchas especies.
En realidad quien quiera decir que la religión es una forma de locura lo tiene casi servido: efectivamente funciona en muchos casos al margen de la lógica racional, en una paralógica. Freud la consideró una "psicosis colectiva"1, caracterización bastante equívoca, del momento en que la psicosis, en la concepción freudiana, sumerje al yo en un lenguaje propio y exclusivo, por lo que es, por principio, refractaria a la colectivización; pero Freud odiaba profundamente el fenómeno religioso, como para andarse con miramientos lógicos en este punto.
Lo cierto es que la religión parece proclive a muchos de los mecanismos que normalmente asociamos a la locura: conspiraciones, poderes ocultos, validación puramente lingüística de la realidad, rechazo de la experiencia como criterio último de verdad, y otros. Cada uno de estos puntos puede y debe ser aclarado.
¿Qué hace que la religión no sea una locura? o preguntado de manera más existencial: ¿qué veo en la religión que, a pesar de considerarme medianamente cuerdo, adhiero a ella?

-A mi entender, el espíritu religioso tiene preferencia por la conservación, por la tradición, por la estabilidad, por la inmutabilidad, y es normal que sea así: del momento en que su objeto no está disponible en la experiencia sensible, lo único que puede asegurar la identidad es la permanencia de un conjunto de símbolos, de signos codificados, de rituales repetidos minuciosa y eficazmente. Como en el conocido fragmento de Kafka: «Leopardos irrumpen en el templo y beben hasta vaciar las copas sacrificiales; la escena se repite una y otra vez; finalmente puede predecirse, y deviene una parte de la ceremonia.» 2
Esta preferencia, necesaria a la identidad, puede ser confundida con "mero inmovilismo", y ciertamente atrae como moscas a la miel a aquellos que lo que buscan es el inmovilismo como forma de asegurarse su propia identidad personal en el caótico mar de mutaciones y éxodos que es la existencia del ser humano "normal".

-La vivencia del entramado metafísico de un Bien que se realiza en una lucha siempre en riesgo de perderse, simbolizado en el "plan de Dios" y el "plan del Maligno", puede ser confundida con una "mera conspiración", e incluso atraer a todos aquellos que buscan explicaciones seguras y no falsables a la relatividad y el cruce de opiniones que nos atenaza: siempre se puede explicar cada opinión divergente por algún "lobby" que la sustenta y promueve, en vez de reconocer lo más simple: que no todos verán las cosas del mismo modo, sobre todo si parten de principios distintos, y que vivimos en un mundo donde nadie está obligado a ver nada que no quiera ver, ni a asentir a nada que no desee asentir, y que en definitiva, el único medio con el que cada hombre cuenta para transmitir "la verdad" (es decir, lo que él percibe como verdadero) a los demás es la persuasión....

-La validación puramente lingüística de la realidad en la religión es evidente: las realidades de las que habla no tienen entidad sensible, sólo se accede a ellas con palabras, así que sólo en la palabra pueden ser del todo verdaderas. A una religión le es tan esencial un «credo» como a un pintor el color, o a un músico el sonido. Hasta en una religión dogmáticamente simple como el Islam se requiere la profesión de una fe lingüística (la unicidad de Alá, su grandeza y trascendencia) para pertenecer a ella.
No hay terreno donde una "lógica de locos" se pueda sentir más a gusto que en donde se discuten credos: dan la impresión de ser objetos puramente lingüísticos, que no sólo no referencian a experiencias, sino que tienen dominio sobre ellas: las pueden realizar con sólo enunciarlas. Recuerdo un ejemplo que me quedó particularmente grabado: estaba cursando (veintitantos años) Mariología en la facultad, y el profesor (ahora obispo), hombre muy serio, piadoso, y riguroso con el estudio, explicó sin sonrojarse que muchos -entre los que estaba de acuerdo, naturalmente- se movían para conseguir del Vaticano que declarara la virginidad de san José... ¡cómo si una declaración dogmática -unas palabras- de algo que nunca se ha creído en la Iglesia, de lo que no hay ninguna tradición ni referencia a ninguna creencia habida a lo largo del tiempo, pudiera fabricar ante nuestros ojos esa realidad! Es cosa simplemente de formular la realidad tal como debe ser, y ya eso la realiza... !!! Los rabinos dedican un apartado del Talmud a las "oraciones inútiles", entre ellas pedir por que el hijo nazca de tal o cual sexo, cuando ya se está en el embarazo... sano criterio religioso darse cuenta que las palabras no crean la realidad, la nombran, la penetran, la revelan, pero no la crean.

Hay un paso débil entre la inefabilidad del objeto de la religión, y el considerar que lo que es imposible de nombrar acabadamente lo estará mejor cuanto más estrambótica y absurda sea su formulación. Termino de momento en esto, que seguirá y se complicará al infinito.


1 Así, por ejemplo, al pasar, en la última de las Nuevas Lecciones de Introducción al Psicoanálisis, pero también en muchos otros pasajes, en especial recuerdo esta idea en «El porvenir de una ilusión», aunque no si allí usaba para la religión las específicas palabras de «psicosis colectiva»
2 Esta preciosa intuición está en sus Diarios (10 de noviembre de 1917), y carece de contexto, así que puede usarse para cualquier cosa, para fundamentar, como para mofarse de la religión. De hecho, la he leído citada en las más dispares elaboraciones.

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