martes, 22 de julio de 2014

El derrotismo por sistema


En la estupenda serie «Deshinchar a Castellani», que Hernán está desarrollando en su blog, y que recomiendo a todos los que les gusta Castellani sin estar en lista de espera para casarse con él, se explaya sobre la actitud del cura (y con él de mucha "intelectualidad" de la época) ante el alunizaje del 69. De allí salió la referencia a palabras de Pablo VI en el mismo contexto del hecho: la audiencia del miércoles 23 de julio de 1969 habla elogiosamente del progreso técnico, de cómo ese progreso no se opone a la fe cristiana, y allí se encuentra este párrafo:

«[...] también podríamos observar, de paso, cuán fuera de lugar está, al menos en este campo, ese derrotismo hoy de moda contra la sociedad y sus emprendimientos, y en general contra la vida moderna. Este derrotismo seduce incluso hoy a buena parte de la juventud, y a hombres de pensamiento y de acción; hablan de progresismo insolente, lo cual parece conferirles un aire de superioridad; cuando están llenos de instintos rebeldes, y de un desprecio prejuicioso contra nuestro tiempo y su esfuerzo creativo. Pero la vida es cosa seria; y así nos lo enseña la cantidad inmensa de estudio, gastos, trabajo, tentativas, riesgos y sacrificios que una colosal empresa -como esta espacial- ha exigido. Criticar e imprecar es fácil; lo difícil es construir y cooperar; no sólo en este tipo de iniciativas sino en muchas otras que fundan nuestra civilización actual.
Por esto, creemos que el acontecimiento que celebramos nos obliga a reconsiderar y a apreciar los valores de la vida moderna. No negamos el derecho a la crítica, y no nos oponemos al genio de la juventud con su instinto empancipador e innovador. Pero creemos que el decadentismo iconoclasta y sin amor de los impugnadores de profesión es indigno de esa juventud. Los jóvenes deben acoger el impulso idealista y positivo que conlleva la magnífica aventura espacial.
Y aquí una consideración más: nuestra abierta aprobación hacia la conquista progresiva del mundo natural, hecha mediante la investigación científica y los avances técnicos e industriales, no está en contraste con nuestra fe, y con la concepción de la vida y el universo que ella comporta.» (tr. Hernán)

El problema no es propiamente ver derrotas donde hay derrotas, e incluso lamentarse por ellas, sino el derrotismo por sistema, el suponer que porque algo es nuevo, o aceptado por muchos, o vigente, a actualizado, es necesariamente sospechoso, cuando no por principio equivocado y demoníaco.

«Hijo, estos tiempos no son lo que era antes...» esa frase no proviene de un nostálgico de nuestro siglo, sino de un poema egipcio del siglo XXV aC. Hace 4500 años, y más también, ya experimentaban la falta de suelo, de certezas, de estabilidad, de la vida vivida y experimentada hoy, y ya se angustiaban por compararla con la aparente solidez de la generación anterior. Solidez sólo aparente, porque comparamos algo en desarrollo con algo que ya ha dado frutos. El mito de la edad de oro sigue funcionando en nosotros con la misma fuerza que en los tiempos de Hesiodo.

El devenir del mundo es siempre una transición, a nuevas formas de concebir y experimentar la humanidad, y crecer en ello; eso es y fue siempre así, pero hay épocas, como la nuestra, en la que los cambios se aceleran, la desorientación general es más grande, y un derrotismo de "los lúcidos" -que pretenden parapetarse en las certezas ya conseguidas siglos antes- no aporta nada, y por el contrario, ayuda a que crezcan la angustia y la desazón.
Porque el peligro del derrotismo por sistema no es con uno mismo. Si todos nuestros problemas fueran nuestros personales sentimientos y estados de ánimo, ya está cada uno para apañarse con ellos. El problema fundamental es que somos custodios los unos de los otros. Custodios por naturaleza, pero los cristianos sabemos que también lo somos -doblemente- por gracia.

La comunidad de Corinto le plantea a Pablo el caso de un cristiano que escandalizaba por su inmoralidad. La primera reacción de Pablo fue preservar la pureza escatológica de la comunidad (1Co 5) y mandarlos que expulsen al mal hermano. En aquellos tiempos muy iniciales de la Iglesia (esta carta se escribió un par de décadas antes que los evangelios), aun esperaban que la venida del Señor fuera inminente, entonces no cabían planteos como los que puede hacer hoy un papa Francisco, de la Iglesia como "hospital de campaña", era más la agrupación de los que estaban a la espera del acontecimiento inminente, y es lógico que desarrollaran ese sentimiento de superioridad que da el saberse del lado de lo verdadero y definitivo.
Lógico, pero ¿adecuado?. El propio Pablo reflexiona sobre ello, y produce una segunda respuesta, de mayor profundidad:
«Bastante es para ese tal el castigo infligido por la comunidad, por lo que es mejor, por el contrario, que le perdonéis y le animéis no sea que se vea ése hundido en una excesiva tristeza. Os suplico, pues, que reavivéis la caridad para con él.» (2Co 2,6-8)
La primera respuesta miraba al ideal de la comunidad, la segunda mira a la realidad del hombre, a ese ser débil, que siempre está al cuidado de los demás, incluso cuando aparentemente no lo esté, o diga no estarlo, o crea no estarlo. Somos en parte responsables de la tristeza o alegría (auténticas) que haya en el mundo, y la continua denuncia, la continua descalificación, la continua queja, la continua desvalorización, aun cuando se hiciera sobre cosas completamente ciertas (que además no siempre es así), en tanto aumenta el estado de tristeza en el mundo, lo cierra y envuelve en su no-salvación, en su angustia y aprieto de estar fuera de Dios.

No se trata de optimismos o pesimismos. Esos son estados psicológicos, que pueden o no darse, subjetivamente, y están o no ligados a los datos de la realidad. No se trata de estados psicológicos sino de mirada -incluso de forzarse-, de echar un tipo de mirada que sabemos que ayuda, que "cuida", que alienta y traza camino.

Si pueden ser ciertas muchas cosas que la mayoría de sitios católicos denuncian sobre nuestro mundo presente, el hecho de que esa denuncia se haya convertido en el sistema de "ser católico" en la red, en la cara visible del catolicismo virtual, lo vuielve enfermizo e inválido, por no decir abiertamente antievangélico.

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